Joaquín Sorolla, Maestro de Luz

Acabo de salir de la Galería Nacional de Londres donde visitaba la exposición del pintor español, Joaquín Sorolla, la primera muestra de su trabajo en Londres desde 1908.

Es imposible decir nada nuevo sobre este genio. Es un retratista talentoso y un costumbrista célebre, pero sobre todo es un impresionista rompedor que desarrolla una técnica pictórica que el llama Luminismo, una técnica a través de la cual ha ganado la etiqueta de Maestro de Luz, y así se titula esta exposición londinense.

La técnica se observa mejor en la depicción de la luz en los cuadros realizados sobre temas asociados con la vida marítima cotidiana de su amada Valencia. Se le nota en la luz del sol filtrado por un emparrado bajo el cual la familia de un pescador remenda la vela de su barco, en el brillo de los cuerpos de los niños desnudos que juegan en el mar, y en el relucir de las escamas de los atunes que los pescadores descargan de sus barcos.

Sin embargo, los temas en los que la técnica se utiliza no son exclusivamente valencianos. En Encajonando pasas de 1901 la luz es un rayo cegador que entra por la ventana y corta en dos la oscuridad del suelo de una fábrica andaluza.

Esta técnica desarrollada y perfeccionada en las escenas cotidianas de la playa valenciana a orillas del mar mediterráneo, aliada con sus lienzos de denuncia social y su depicción de temas costumbristas son los ingredientes que garantizan su éxito, especialmente en Estados Unidos.

El otro ingrediente esencial en este cóctel exitoso es su instinto económico.

Muchos pintores que ahora son famososísimos, tuvieron sus obras rechazadas por el público durante su vida. Otros murieron desconocidos y pobres. Piensa en Vermeer, Monet, Toulouse-Lautrec, Van Gogh y Modiglani por no poner más que unos ejemplos. Joaquín Sorolla no es uno de ellos.

Lo que diferencia a Sorolla de estos pobres diablos es su ojo puesto en la mejor oportunidad. El siglo decimonónico es una época de la denuncia social en las artes y Sorolla sabe aprovecharse de este género.

Y lo hace utilizando su cuadro ¡Otra Margarita! de 1892: una mísera mujer que ha sido detenida por matar a su hijo está siendo escoltada a prisión en un escueto vagón ferroviario de tercera clase por dos guardias civiles fríos y aburridos que tienen que hacer un gran esfuerzo para mantenerse despiertos. El año que sigue la creación de este cuadro lo manda a la Exposición Mundial Colombina, una muestra universal que tiene lugar en Chicago para celebrar los 400 años desde la llegada de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo.

Desde el punto de vista económico, esto es lo que da comienzo a su gran éxito comercial estadounidense, un golpe de marketing tremendo. No quiero decir que su arte no sea el trabajo de un genio, simplemente que, a diferencia de muchos otros artistas, el sabe muy bien como promocionar sus propias habilidades artísticas, utilizando como vehículo uno de los géneros más en boga.

¡Otra Margarita! es la primera de sus obras exhibidas en Estados Unidos y está muy bien recibida y su popularidad es tal que el lienzo nunca vuelve a España.

En su exposición londinense de 1908 Sorolla conoce a su mecenas más importante, Archer Milton Huntington, el fundador de la Hispanic Society of America que le invita a exhibir en Nueva York el año siguiente. La exposición es una sensación, un éxito fenomenal en el que Sorolla vende 195 cuadros, recibe 25 comisiones de retratos y está invitado a la Casa Blanca donde el presidente William Howard Taft, otra persona que entiende la importancia de una buena imagen, le encarga su propio retrato. Todas las galerias estadounidenses luchan por conseguir su propio Sorolla. Siguen otras exposiciones norteamericanas en que sus lienzos se venden como churros.

En 1910 la Hispanic Society of America bajo el mando de Huntington encarga a Sorolla una serie de 14 murales que van destinados a decorar la biblioteca de la institución, una enorme superficie de 210 metros cuadrados. Una vez terminadas, estas pinturas representarán un panorama de las regiones de España, una manifestación pintoresca y romántica en que todas las gentes del país aparecerán vestidas en indumentarias supuestamente indígenas, una idealización mítica de la vida del pueblo español para un público norteamericano fascinado por las culturas nobles del viejo continente.

Este encargo de retratar a todas las gentes de España representa una tarea fenomenal y Sorolla tiene que dedicar el resto de su vida a viajar por España grabando en óleo las imágenes de la gente vestida en el estilo deseado por la Hispanic Society of America.

Sorolla hace lo que ya han tenido que hacer muchos románticos del siglo diecinueve; se ve obligado a inventar tradición. Como la burguesía nacionalista gallega de las postrimerías del siglo diecinueve, para justificar su reivindicación de la independencia, inventa para si misma una estirpe celta para diferenciarse de los otros habitantes de la península ibérica o como Walter Scott inventa la falda escocesa en tela a cuadros para la visita de su majestad George IV a Edimburgo en 1822 en un intento de enoblecer a los súbditos escoceses del la corona, Sorolla emplea una licencia poética según la cual él retrata romanticamente a los varios grupos de campesinos españoles como si todos andan vestidos diariamente en unos extravagantes atuendos pueblerinos. Algunas veces tiene que traer los trajes tradicionales consigo para que los campesinos puedan ponerselos para posar ante el caballete.

En 1920 a los 57 años, después de casi una década de trabajar en este proyecto tan agotador y extenuante, Sorolla padece un ictus y muere tres años más tarde.

Tras su muerte el modernismo se lleva todo por delante y el mundo se olvida de Sorolla. En España es eclipsado por pintores como Dalí, Picasso y Miró. Esta exposición le rescata de nuestro olvido colectivo. Que placer redescubrir este genio y la próxima vez que me encuentre en Nueva York me prometo una visita a la Hispanic Society of America.

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