Cómo entender Tyntesfield: El programa de Al Jazeera, Perilous Jobs in Peru (Trabajos peligrosos en Peru)

1862. William Gibbs (centro), el devoto cristiano que construyó Tyntesfield con el dinero que obtuvo de los miles de esclavos chinos que fueron trabajados hasta la muerte en las áridas islas tóxicas frente a la costa de Perú

He escrito varias veces sobre Tyntesfield, la casa señorial cerca de Bristol que hoy en día es propiedad del National Trust. William Gibbs hizo construir la casa a mediados del siglo diecinueve con los ingresos que obtuvo del trabajo forzado de miles de chinos secuestrados y esclavizados. Ninguno de ellos sobrevivió. Todos fueron trabajados hasta la muerte, décadas después de la abolición oficial de la esclavitud en el Reino Unido. 

Los esclavos eran utilizados para extraer excrementos de aves (guano) en las islas del Pacífico Sur. La gran idea de importar guano al Reino Unido no se le ocurrió a Gibb hasta 1840. En sentido estricto la idea no vino de él sino de su agente en Lima. Al principio, le parecía a Gibbs un proyecto descabellado y poco rentable. Pero, antes de que él pudiese decir que no, el agente había firmado un acuerdo para comprar el guano del gobierno peruano. Por suerte, Gibbs había subestimado la manía victoriana por la jardinería. El guano se vendía como pan caliente, por decirlo así.

Se obtenía el guano de las islas Chincha, situadas frente a la costa peruana. En aquel entonces estaban cubiertas de una capa de treinta metros de profundidad de excrementos de aves marinas, en su mayoría los de los pájaros bobos, los llamados alcatraces piqueros. Había millones de toneladas listas para llevárselas.

En cantidades limitadas el guano, lleno de nitratos, fosfatos y potasios es un fertilizante ideal. Pero, su enorme concentración en las islas Chincha las convertía en áridos y cáusticos entornos muy dañinos a la salud de cualquier ser humano expuesto a ellos a lo largo de un período prolongado. Nada florecía en condiciones tan ácidas y hostiles, mucho menos los hombres que fueron mandados a la fuerza a trabajar allí.

Al principio, las excavaciones fueron llevadas a cabo mayormente por presidiarios, desertores del ejército peruano recapturados y esclavos. De esta manera el gobierno peruano mantuvo el coste de producción a un nivel mínimo e hizo que la extracción fuera lo más rentable posible.

En 1849, cuando se necesitaban mas trabajadores forzados se empezaba a introducir mano de obra china “contratada”, este término siendo un eufemismo para la esclavitud. Estos peones eran secuestrados o engañados y luego detenidos en barracones antes de ser transportados al Perú.

En el siglo decimonónico las estimaciones de la tasa de mortalidad entre los chinos raptados varían de investigador a investigador. Algunos estimaron que entre 1847 y 1859 murieron un 40 por ciento de estos culis (coolies en inglés) durante la singladura a las islas Chincha. Otros dijeron que más de dos tercios de los sobrevivientes fallecieron durante su período de “contratación”, la duración de un “contrato” siendo típicamente de unos 5 o 7 años. Además, si duraron al final del “contrato” los chinos se vieron forzados a continuar a trabajar hasta que cayeron muertos. (términos como contratación y contrato se utilizaban en un intento de evitar alegatos de esclavitud que podian haber traido ruina al negocio)

En 1860 se calculó que no sobrevivió ni un solo chino de los 4,000 transportados a las islas desde el comienzo de la industria. La brutalidad del sufrimiento de los chinos hizo que las islas tendrían menos de esclavitud y más de campos de concentración nazis. El salvajismo con el que se trataba a los chinos era bien conocido. Todos los testigos – y hubo muchos – atestiguaban que la disciplina consistía en flagelaciones y torturas.  A unos 25 kilómetros de la costa, era imposible que los esclavos escaparan nadando. El único método de evasión infalible fue él del suicidio. Según el Journal of Latin American Studies, un marinero norteamericano alegó que hubo un caso en 1853 en el que 50 chinos se cogieron de la mano y se lanzaron de un precipicio a su muerte en el mar.

Todas las tripulaciones de las docenas de barcos que acudían a las islas para llenar sus bodegas con los sacos llenos de guano comentaban sobre la barbaridad de las condiciones y habría sido imposible que ningún comerciante de guano no hubiera sido consciente de las condiciones infrahumanas que existían en las islas.

Por algún motivo perverso el National Trust sigue negándose a explicar de lleno que la riqueza de la familia Gibbs se deriva de la muerte de miles de esclavos chinos. ¿Acaso el National Trust se avergüenza de la historia de la casa, como si, al haberla comprado, fuera inevitablemente cómplice, como los Gibbs, de los horrores ocultos de su pasado, o es simplemente que les gustaría aferrarse al cuento de hadas que han contado durante años sobre el amable hombrecito cristiano que hizo su dinero vendiendo caca de pájaro? Bajo presión, The National Trust admite ahora que «las condiciones de vida eran deficientes» para los chinos que vivían en «condiciones similares a la esclavitud». Esto es como decir de Auschwitz que las cosas ahí eran difíciles para los judíos. Sólo podemos esperar que algún día, alguien con interés en la verdad herede el puesto de director de la Trust.

Mientras tanto, para el resto de los que actualmente están en la cúpula del National Trust (que tal vez simplemente no se imaginan cómo se trabajaba hasta la muerte a los chinos), hay un interesante documental de televisión sobre las condiciones de trabajo actuales en la industria del guano. En junio de 2019 el canal de noticias y documentales Al Jazeera realizó un programa llamado Perilous Jobs in Peru (Trabajos peligrosos en Perú), parte de su serie Risking it all (Arriesgándolo todo):  Perilous Jobs in Peru | Poverty and Development. El programa mostraba que la industria de recoger el guano continua, aunque hoy en día está regulada. Aun así, los trabajadores que eligen este trabajo lo encuentran casi insoportable. Los realizadores del programa visitaron la isla de Asia, un sitio rocoso y esteril, situado a un par de kilómetros de la costa de Perú. Aquí se mina el guano. Muchos de los hombres que vienen aquí a trabajar solo lo pueden aguantar un mes, algunas veces solamente una semana. Son jóvenes de la montaña, gente en buena forma física que está acostumbrada a un fuerte trabajo manual. Vienen bien equipados. Ganan el doble del salario mínimo y reciben casa y comida gratis. Pero no hay agua dulce en la isla y tienen que conformarse con 8 litros diarios para lavarse y hacer la colada. Cada siete días un barco trae más agua. Por el calor ecuatorial, el trabajo comienza a las 5 de la madrugada. La excavación del guano se hace a mano porque el uso de excavadoras mecánicas espantarían a los pájaros. Los hombres usan picos porque el guano se ha endurecido como si fuera cemento. El polvo es muy irritante, el olor amoniacal es casi insoportable y causa daño a los pulmones incluso en dosis pequeñas. El proceso de cribar el guano para eliminar las piedras y las plumas y después empacarlo en sacos produce nubes de polvo. Para protegerse del polvo los hombres se cubren la boca con pañuelos. El gobierno les da mascarillas pero no pueden respirar a través de ellas porque se atascan con el polvo. Asimismo los hombres prescinden de las viseras de plexiglás porque estas no sirven para nada con la cantidad de mugre que se acumula encima. El guano y la cantidad de insectos que viven dentro de la caca causan daños tanto al interior como al exterior del cuerpo. La isla rebosa de garrapatas que chupan la sangre. El guano sí mismo produce una reacción alérgica en la piel.  En poco tiempo los brazos y las piernas de los trabajadores están cubiertos de llagas y picaduras. Los hombres cosechan sobre 50 toneladas al día, durante el cual cada uno de ellos lleva 100 sacos de 50 kilos cuesta arriba a la plataforma de carga. Una vez terminada la jornada no hay nada que hacer en la isla. Uno de los hombres comentó con una sonrisa irónica que la isla parecía una cárcel.

Sin duda, no es difícil comprender que los hombres chinos desnutridos que fueron metidos a la fuerza en las bodegas de los barcos-prisión y llevados al otro lado del Pacífico y liberados en su estado debilitado en las islas del guano, sin equipo de seguridad, ropa de protección o instalaciones de lavado y luego con una dieta insustancial, sucumbirían fácilmente a las condiciones infernales y a la violencia física que se ejercía regularmente. No podían vivir más de unos meses o un año como máximo. Simplemente se les hacía trabajar hasta la muerte.

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