Magallanes, más allá del mito.

Por Felipe Fernández-Armesto

Estatua de Magallanes en Punta Arenas. Foto: David Stanley via Wikimedia Commons

Hasta la publicación de este libro, la reputación de Magallanes ha permanecido en gran medida exenta de críticas. Lo que ha hecho Fernandez-Armesto para divertirse durante la cuarentena ha sido llevar a cabo una lectura exhaustiva de todas las fuentes sobre la famosa «circunnavegación» del globo de Magallanes. Como consecuencia el autor ha concluido que ya ha llegado el momento de enfrentarse a la apoteosis inmerecida de este asesino paranoico.

Este es un magnífico libro que desmantela por completo todo el andamiaje de mentiras que, a lo largo cinco siglos, se ha ido elevando alrededor de la figura de Fernando Magallanes para fabricar y mantener la imagen de un hombre bueno, científico y valiente que circunnavegó el mundo sin caer en la trampa, como lo hicieron muchos, de enemistarse con las gentes indígenas con las que se encontraron durante la época de los «descubrimientos». Hoy en día muchos creemos que los hombres que posaban como cruzados de cristianismo ya han sido desenmascarados y su crueldad expuesta para que todo el mundo la vea. Finalmente, Fernández-Armesto lo ha hecho también con Magallanes.

Muchas de las estatuas de estos hombres (porque fueron siempre hombres) han sido derribadas y las historias de sus logros han sido reescritas para corregir la antigua imagen de ellos como benefactores de la raza humana. Un pequeño ejemplo local que tuvo lugar recientemente en mi propia ciudad de Bristol: una muchedumbre enfurecida tiró abajo la estatua del esclavista del siglo XVII, Edward Colston, y la tiró en la dársena.

Un retrato anónimo de Hernando de Magallanes del siglo XVI o XVII (The Mariner’s Museum Collection, Newport News, VA) Dominio publico. Via Wikimedia Commons: 

Magallanes fue un aventurero portugués paranoico, terco y brutal que se quedó cabreado con el Rey Manuel de Portugal cuando éste rechazó de plano la idea de financiar la búsqueda de un estrecho por el que se pudiera pasar por Suramérica, cruzar el océano Pacífico y llegar a las Molucas, las llamadas «islas de las especias», desde el occidente. Frustrado y malhumorado, Magallanes renunció a su fidelidad a la corona portuguesa y ofreció sus servicios a la Casa de Contratación en Sevilla. Después de mucha consideración se le ofreció una flota de cinco carabelas y un presupuesto generoso. Sin embargo, ni el rey Carlos ni el obispo Fonseca de Burgos, el principal burócrata de la Casa, no fiaban nada de este hombre impetuoso, egoísta y desobediente y albergaban serias dudas sobre sus intenciones. Para vigilar al renegado portugués, ambos insistieron en que sus propios confidentes le acompañaran. También instalaron a bordo un sistema de controles y contrapesos que limitaba el poder de Magallanes. Fue por eso por lo que se dividieron las competencias de abordo entre varios oficiales que ejercerían un control indiscutible sobre sus propias responsabilidades fundamentales. Por ejemplo, se le dio a Juan de Cartagena toda la responsabilidad de gobernar las finanzas de la expedición, otorgándole un dominio absoluto sobre lo que Magallanes pudiera comprar y traer a bordo. Incluyeron en la tripulación a sus propios pilotos e insistieron que los fieles españoles, Luis de Mendoza y Gaspar Quesada, capitanearan dos de los otros cinco barcos. Así, quitando autoridad de Magallanes, un hombre difícil y agresivo, se crearon las condiciones previas para un conflicto en alta mar.

Desde el momento de hacerse a la mar, Magallanes hizo todo lo posible para fomentar un motín que le justificara el grado de represión que unos meses después le libraría de los oficiales que se entrometieron en sus asuntos. Antes de tropezar con el estrecho que finalmente le condujera al Océano Pacifico, es decir todavía en la costa de Patagonia, Magallanes ya se había precipitado la insurrección y ya se había llevado a cabo el subsiguiente ajuste de cuentas. En un solo incidente se deshizo de todos los miembros de la tripulación en los que no se confiaba, apuñalando, ahorcando y abandonándolos donde no tenían la menor posibilidad de sobrevivir. La mayoría de sus víctimas eran oficiales españoles, los hombres de confianza del rey y del obispo Fonseca. Luis de Mendoza y Gaspar Quesada fueron asesinados y Juan de Cartagena y un cura, Pedro Sánchez de Reina se encontraron abandonados a su suerte en la costa inhóspita de Patagonia.

No solo ejecutó despiadadamente a miembros de la tripulación de sus carabelas sino también mató a cualquier nativo que le molestara. Al llegar a la islas Marianas los habitantes le robaron algunos suministros así como el esquife que el navío remolcaba. Magallanes respondió como todo buen conquistador: envió a un escuadrón de la muerte a la isla de los ladrones para asesinar con ballestas a docenas de indígenas y quemar su aldea de cincuenta casitas.

Desde allí puso rumbo sin dilación a las Filipinas, en contra de la promesa que hizo al rey de ir directamente a las islas de las Especias. Parece que siempre había sido su intención principal la de hacerse rico con el oro de las Filipinas y apropiarse de una de las islas para su propio dominio exclusivo. Al llegar al archipiélago comenzó a comportarse igual que se había hecho en las Marianas. Trató a la gente autóctona con desprecio y beligerancia, quemando pueblos enteros para intimidarlos.

Sin embargo, Magallanes cometió el error letal de acordar un pacto de defensa mutua con uno de los reyes menos fuertes de la isla de Cebú y murió en una batalla mal planeada y muy desigual.

Es decir, ni siquiera tuvo el honor de ser la primera persona en circunnavegar el mundo, aunque muchos continúan atribuyéndolo esta hazaña. Magallanes se quedó corto por su testarudez, su violencia y por sus ansias de lucrarse con el oro de las Filipinas. 

(Entrevista en inglés con Felipe Fernandez-Armesto sobre este libro en el canal de YouTube, Travels Through Time https://www.youtube.com/watch?v=ZLAnoPF_WHg&t=3s)

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