Desde que murió mi padre el año pasado le he dedicado muchas horas pensando en sus manías, sus obsesiones y el fundamento de sus creencias políticas.
Durante estas reflexiones lo que me ha llamado la atención es lo mucho que él y yo hemos coincidido, y cuanto yo he heredado de sus aficiones, sus hábitos de pensar y los rasgos de su personalidad.
Por ejemplo, para entender mejor el mundo que nos rodea ambos llegamos a la misma conclusión: que era importante aprender otro idioma.
La razón más importante por la cual yo elegí el castellano fue para que yo pudiera entender a la gente española y para que los españoles me entendieran a mí cuando yo estaba de vacaciones en su país. Al principio, igual que muchos otros ingleses, yo hacía turismo en España por el simple motivo que el clima es un alivio. Él de por aquí es muy deprimente a veces. La mayoría de nuestros días los pasamos viviendo debajo de cielos encapotados, plomizos y grises. Me sorprende que no haya más casos de trastornos afectivos estacionales.
Para mi padre la elección de un idioma segundo se cimentaba en otros fundamentos, por cierto más profundos que los míos. Los británicos de su época no andaban obsesionados por sus vacaciones veraniegas en el extranjero y con quienes pudieran cruzarse en las playas mediterráneas y como les fuera a dirigir la palabra. Acaban de luchar contra los alemanes en una guerra sin cuartel y solo habían ganado por los pelos. Habían tenido que sacrificarlo todo para que sobrevivieran como nación, cultura y pueblo. Había sido un conflicto bélico de vida o muerte. Durante seis años habían vivido bajo la amenaza de su inminente extinción. Habían tenido que matar a ellos o ser matados por ellos.
Pero después de la guerra mi padre se puso a pensar y se sorprendió a si mismo. Cayó en la cuenta de que, en vez de odiar a los alemanes, el deseaba saber más de su historia. Y poco a poco se llenaba de curiosidad. ¿Cómo fue que la gente común alemana se hubiera visto obligada a seguir a un hombre loco como Hitler, un tirano que creía que podía conquistar y gobernar al mundo? ¿Cómo fue que un dictador pudiera embrujar o hechizar a un pueblo entero con sus ideas totalitarias y obscenas? Para mi padre el hecho de que un pueblo pudiera intentar llevar a cabo la eradicación de otro fue alucinante, increíble, inverosímil.
Quería saber lo que los alemanes de la posguerra pensaban de nosotros. Y poniéndose a pensar él, se dio cuenta de que había un mundo de diferencia entre los nazis y los alemanes normales. Quería entender a la gente alemana, no porque quería echarles la culpa de la guerra sino porque estaba intrigado por ellos. Decidió que comenzaría por aprender su idioma. Decía que si quieres conocer a un pueblo tienes que ser capaz de conversar con ellos en su propia lengua, o por lo menos, entenderlos en su propia lengua.
Y lo hizo todo en un espíritu de conciliación. Quería saber lo que se tendría que hacer para que no se volviera a producir otra guerra de exterminio mutuo, otra conflagración tan cruenta entre los países de Europa. Como muchos soldados que habían participado en la lucha contra el totalitarianismo, se hizo uno de los incondicionales de las Naciones Unidas, del Mercado Común, de la Unión Europea, y la OTAN. Yo conocía a muchos de sus amigos y la mayoría de ellos pensaban igual. Aunque parezca inverosímil, el espíritu de reconciliación era mayor entre sus contemporáneos (la generación que acaba de morir) que en la siguiente: la generación cerril de la posguerra, la generación que votó por el Brexit.
Mi padre no puso en marcha sus deseos de aprender alemán hasta el comienzo de los años sesenta, a la edad de 45 años. En aquél entonces la BBC ponía cursos de alemán en la radio los sábados por la mañana. Teníamos una grabadora de carrette Grundig, una famosa marca alemana, y mi padre me pidió que yo le grabara todos los episodios. Recuerdo que hubo dos series, Der Arme Millionär y Es Geht Weiter. Intenté seguir Der Arme Millionär: Es la historia de un millonario que se siente aislado y solitario; no tiene amigos auténticos, sólo gente falsa y traicionera, parásitos atraídos por el dinero. De repente el millonario tiene una idea de bombero. Decide disfrazarse de una persona pobre y humilde para que pueda mezclarse con la gente corriente y así aprender a llevarse mejor con el prójimo.
A principios de la década de los setenta mi padre se unió a una pequeña asociación senderista franco-alemana poco conocida en este país. Se llamaba NaturFreunde en alemán, Friends of Nature en inglés, y Amigos de la Naturaleza en castellano. Era un grupo dedicado a la conservación del medio ambiente, a la paz y al entendimiento internacional. También la asociación tenía una red de cabañas en las montañas de Francia y Alemania que él y mi madre aprovechaban a tope.
Mi padre trabajaba de administrador en el ayuntamiento y le gustaba organizar cosas. Poco a poco iba avanzando en los Amigos hasta que se hizo secretario británico y en 1984 organizó el congreso internacional de la asociación en Brighton, el primero que tuvo lugar en este país.
Murió a los 98 años. Padecía Alzheimer.
La acción militar de la Segunda Guerra Mundial terminó en 1945 pero no ha cesado nunca el combate en la pantalla grande. Se han rodado miles de pelis triunfalistas sobre la manera en que nos hemos mostrado más listos que los alemanes y las muchas veces en las que les hemos dado una paliza tremenda.
Incluso tenemos un canal televisivo dedicado a repetir continuamente documentales sobre Hitler y los nazis y la ingenuidad que nosotros utilizábamos para vencerlos.
¿Que pensaba mi padre de esta denigración constante de los alemanes; esta guerra cinematográfica de nunca acabar? Pues, el decía que había una faceta siniestra de la manera en la que se representaban los alemanes en el cine. Los personas que el conocía no eran cabezas cuadradas que obedecian órdenes sin cuestionarlas, no eran más crueles que otras naciones, ni robots sin emociones.
No os voy a decir que mi padre fuera un santo, que no disfrutara de una buena película que trataba sobre la Segunda Guerra Mundial. Me llevaba consigo a ver varias y recuerdo que el lo pasó pipa viendo El puente sobre el río Kwai (1957), Los cañones de Navarone (1961) y el excelente pero menos conocida en España, Fugitivos del desierto (Ice cold in Alex en inglés) (1958).
Pero mi padre siempre preguntó: “¿Cúal ha sido el efecto a largo plazo en nuestra psicología colectiva de tal inundación de propaganda antialemana?”. Para él, la respuesta era fácil. Si repites algo las veces suficientes vas a acabar creyéndotelo.
Decía también que hay que sospechar de las personas que disfrutan tanto de la certeza moral engendrada por la Segunda Guerra Mundial y que se sienten nostálgicas de lo que imaginan era la honradez de los años 40. La década se ha vuelto un refugio y mundo ilusorio para la gente infeliz. La mera existencia de estos dos lustros les absuelve de los errores que pudieran haber cometido, les rescata de las vidas infelices que hubieran llevado, les exculpa de cualquiera de las malas decisiones que hubieran tomado. Cuando regresan mentalmente a los años 40 están creando una fantasía en la que ya no les importan sus desilusiones personales, porque, al fin y al cabo son ingleses. Son los heroes, los buenos de la pelicula, los ganadores de la lucha, son la gente que se plantó y dijo no pasarán. A estas personas les gusta mirar atrás, regodeándose en la victoria de los Aliados, nostálgicas todas por la seguridad de los supuestos valores éticos que se prevalecían después de la derrota de los nazis. Habían vencido al diablo de Hitler, sus mujeres podían volver a la casa para hacer las cosas que ellas hacían major, podían dar las gracias a Díos por su ayuda y no tenían que soportar esa chusma de gays, lesbianas, bisexuales y gente de trans.
No les gusta aceptar que puedan ser partidarios de un mito parcial. Sí, es verdad que sobrevivimos la guerra gracias a la Fuerza Aérea Británica y su valentía, defendiéndonos en la Batalla de Inglaterra, pero no nos salvamos solo por su destreza y valentía. También nos ayudó a resistir a los nazis una casualidad geográfica y un error por parte de los invasores. Sí, es verdad que la Batalla de Inglaterra fue una lucha heroica que contribuyó mucho a que Adolf Hitler postergara sus planes para la invasión y se concentrara en el frente oriental PERO no menos importante fue el foso de 30 kilómetros de ancho que nos separaba de la costa francesa.
Incluso estos patriotas convierten las derrotas en victorias. Pongo por ejemplo la famosa evacuación de Dunquerque. En 1940 la Fuerza Expedicionaria Británica (BEF) fue enviada a Francia para ayudar a las tropas francesas. Pero los políticos y militares británicos subestimaron a las fuerzas alemanas que aislaron la BEF y la derrotaron fácilmente; a los británicos solo les quedó la opción de replegarse y retirarse a las playas de Dunquerque mientras el ejército francés ayudó a cubrir su retirada. Murieron 3,500 soldados británicos, los alemanas capturaron hasta 100,000 prisioneros y las fuerzas armadas británicas perdieron cientos de aviones, barcos y vehículos. Dunquerque fue un desastre, una derrota total, pero eso no se debe decir en voz alta. Solo puedes referirte a la flota de barcos pequeños que se lo arriesgó todo para recoger los soldados del infierno de las playas francesas y devolverlos a casa.
La semana pasada yo visité un pequeño pueblo en el norte de Inglaterra. Los vecinos estaban montando “un fin de semana de los años 40”. Aunque me cruzaba con varias personas en el pueblo que se estaban vistiendo con el atuendo civil típico de la época, todas las atracciones que se habían montado alrededor del Castillo tuvieron que ver específicamente con los años 1939 – 1945, los años de la Segunda Guerra Mundial y todos los hombres (porque fueron todos hombres) que se encargaban de las exhibiciones de armas, de radiocomunicaciones, de vehículos de guerra y de escenificaciones de campamentos militares, estaban luciendo uniformes de combate caqui. La mayoría de estos hombres eran mucho mas viejos y corpulentos que los chicos que fueron llamados a filas en 1939 y la tela usada en cada uno de sus disfraces militares habría servido para la confección de dos uniformes para esos antiguos compañeros de armas.
Seguro que estos aficionados de la guerra se encontrarán entre el público a la cabeza de la cola para ver la ultima peli que aborda otro nuevo aspecto inesperado de la derrota y humillación de los alemanes.
Así se continúa la romantización de la Segunda Guerra Mundial y la mitificación del clima moral de los años siguientes. Y cuando los baby boomers no están viendo la última épica cinematográfica antialemana están votando por el Brexit. No participaron en la Segunda Guerra Mundial pero sí celebran la xenofobia institucional que han fabricado ellos, miembros de la generación que vino después.
Esto es lo que anda mal en la psicología de los ingleses.