Abdulrazak Gurnah, novelista e historiador de África oriental

Yo tenía un amigo psiquiatra que decía que había aprendido más psicología a través de las páginas de la buena literatura que mediante los secos libros de texto de la biblioteca de la escuela de medicina, por mucho que él escrutara las taxonomías y clasificaciones descritas en ellos. Yo creo que se puede decir algo parecido sobre el estudio de la historia. Si quieres que la historia cobre vida, recomiendo que leas una buena novela.

Aunque no sea su intención primaria, en sus novelas Abdulrazak Gurnah relata la historia de la África oriental, desde la repartición del continente por la Conferencia de Berlín en los años 1884-1885 hasta la consecución de la independencia en los 60 y el terror que la seguía.  Pero Gurnah no para ahí. Trata también de las relaciones poscoloniales entre las naciones descolonizadas y su traicionera “madre patria” . Lo último lo hace a través de los retratos que pinta de los inmigrantes, refugiados y solicitantes de asilo y la acogida fría y hostil que experimentan cuando se presentan voluntaria o forzosamente a la puerta del Reino Unido (Véase por ejemplo En la orilla)

Yo comencé a leer su libros, igual que muchas otras personas, porque acababan de nombrarlo ganador del premio Nobel de literatura de 2021. Y me han encantado sus abigarradas y laberínticas novelas, libros que reflejan toda la enrevesada gama de emociones, creencias, costumbres, sentimientos y recelos que existen entre la gente corriente y moliente de una cultura musulmana africana bajo la ocupación de un poder imperial. 

Pero, no solo eso. Sus libros han puesto en contexto algunas vivencias de mi niñez en Inglaterra.

Hacia el final de la década de los 50 la economía británica empezaba a quitarse de encima la deuda tremenda que se había visto obligado a asumir para pagar los costes de la Segunda Guerra Mundial (el racionamiento no cesó hasta el verano de 1954). Hasta entonces teníamos que estar muy económicos. Sobre todo, nuestra dieta era muy limitada. Seguíamos comiendo recetas que se habían originado durante los años de guerra, no desperdiciamos nada, terminábamos cada comida, no dejábamos nada en el plato. Pero, la calidad de lo que comíamos era muy baja. Recuerdo que las salchichas eran una mierda especial, no contenían ni asomo de carne, solo una mezcla de cartílago picado, pan duro y tropezones no identificados; incluso ahora cuando las veo en el plato no puedo reprimir una sensación de náuseas. No conocimos la comida exótica de nuestros vecinos de lo que llamábamos “el continente”; no sabíamos lo que eran limones, aceitunas, higos o setas. Pero no pasamos hambre y en comparación con las privaciones que sufrió la gente española durante la posguerra sobrevivimos tolerablemente bien. Aún así, mucha gente de aquí decidió que la vida en Inglaterra se había hecho algo aburrida y monótona; decían que sus vidas se habían convertido en una peli de blanco y negro de serie B y que ellos se merecían algo mejor, algo en tecnicolor, ambientado en un clima más cálido que el nuestro. 

No fue una sorpresa que mucha gente decidiera emigrar al imperio. Todavía teníamos imperio y todo el mundo sabía que allí en las colonias uno vivía mejor. Los vecinos de abajo emigraron a Australia, otros se fueron a Canadá y los más aventureros cogieron el barco a Sudáfrica. 

Así que un día en 1956 mi tío Edward anunció que había conseguido trabajo en Dar-es-Salaam como concesionario de una marca de coches muy conocida. Tío Edward, tía Esme y mis primos, Carol y Jane pasaron siete años ahí en Tanganica. Durante su estancia ahí, la familia adoptó todas las características de los “expats”, los expatriados británicos. En casa, empleaban un mozo negro y una mucama negra y pagaban a los dos una miseria. La familia cambiaba de ropa tres veces al día, y las sábanas cada manana, criticaban la comida que se les servía y no tenían miedo de expresar sus opiniones sobre la psicología del hombre negro. 

Sin embargo, se pusieron muy nerviosos cuando el país obtuvo su independencia bajo la supervisión de la monarquía británica en 1961 y salieron pitando cuando finalmente, en 1963, el país renunció a la reina y el gobernador británico regresó a casa. Cuando volvieron apresuradamente a Inglaterra ya no tenían casa en este país y vinieron a vivir con nosotros. Así que tuvimos que apretarnos para darles sitio. Durante los seis meses que tuvimos el placer de vivir juntos, Edward hizo lo que pudo para abrirnos los ojos a las taras y defectos de los hombres negros.

Decía cosas como,“El hombre negro es un hombre perezoso. Solo hay una cosa que entiende”, “El hombre negro es como un chico – hay que ser firme pero justo con él”, “ Los negros no están preparados para la independencia. No saldrá nada bueno de ella. Los comunistas se aprovecharán de su ingenuidad. La cosa no funcionará” y “Al fin y al cabo los negros prefieren a trabajar para un hombre blanco.”

Las opiniones de mi tío eran idénticas a las de Frederick Turner, un personaje victoriano de Deserción, una de las mejores novelas de Abdulrazak Gurnah. El libro comienza en 1899. Los británicos acababan de hacerse con el control de Zanzíbar, Kenia y Uganda, estos dos últimos siendo nuevos países inventados por la Conferencia de Berlín, el congreso que sancionó el reparto de las regiones de África que aún no habían sido apropiadas formalmente por ninguna de las potencias europeas. Al asumir la administracion de sus nuevas colonias, los británicos abolieron la esclavitud, la actividad con que se forraban los antiguos dueños de la costa, los sultanes àrabes de Zanzíbar. Pero la abolición conllevó un gran problema: la gente liberada era reacia a trabajar para los ingleses. En las palabras de Frederick Turner, el administrador local del gobierno colonial, “Cuando eran esclavos aprendieron evasión y holgazanería, y ahora ni siquiera conciben como pudieran trabajar con empeño o responsabilidad, ni por un salario”. Burton, el gerente de una hacienda británica opinaba igual: “Solo consigues que trabajen por fuerza o por manipulación, no vale la pena que intentes convencerles que lo debieran hacer por razones morales y lograr algo por su propio esfuerzo”. Por anadidura, a Burton le gustaba predecir la lenta desaparición del perezoso salvaje negro y su remplazo por el enérgico colonizador europeo. Estába convencido de que los negros eran una raza en vías de extinción. Para Burton, y muchos otros que compartían su sueño, el futuro de África sería como el de EE UU, todo un continente poblado de inmigrantes europeos.

A la vez que la conferencia de Berlín otorgó los países de Uganda, Kenia y Zanzíbar a Gran Bretaña, les asignó Tanganica a los alemanes como su propia ‘esfera de influencia’, uno de los eufemismos más notables del siglo 20. Las tribus interiores del país no tenían la más mínima intención de permitir que les dominara nadie y en su novela After Lives Gurnah describe la reacción alemana a la intransigencia de la gente autóctona. En vez de llevar a cabo una política de congraciarse con ellos, por ejemplo, instalándose un suministro de agua limpia, abriendo escuelas para los niños o ayudándoles con la agricultura, los alemanes los trataban peor que hubieran tratado a unas bestias renuentes: llevaron a cabo una política de exterminación selectiva: una estrategia de matanzas masivas, ejecuciones públicas y la eliminación de pueblos indígenas enteros con una campaña de tierra quemada.  

También, After Lives nos muestra el espectáculo patético de cómo, durante la Primera Guerra Mundial, las tropas nativas fueron engañadas o forzadas a luchar una guerra ajena por países europeos lejanos a los que no les importaba una mierda que ellos vivieran o murieran.

Kriegssafari (Expedición
de guerra alemán) 1914

Durante los años 50, en el país vecino, Kenia, el ejército británico suprimió la insurrección nacionalista con suma brutalidad, empleando mucha de la estrategia que los alemanes habían utilizado previamente en Tanganica. El gobierno británico aprobó la práctica de la tortura. Por lo menos 11,000 personas indígenas murieron, una cifra que incluye el ahorcamiento de 1,090 rebeldes al final de la guerra en 1960.

Como resultado de la derrota de los alemanes en la Primera Guerra Mundial, Tanganica pasó a ser otro posesión británica. Mis tíos llegaron ahí en los años 50, solo cuatro décadas después de la expulsión de los alemanes, pero no se les ocurrió que el comportamiento violento de la raza aria superior pudiera haber sido otro factor determinante en la animadversión de la población negra. Del mismo modo, mis tíos menospreciaban los independentistas kenianos. ¿Cómo podía gobernarse un pueblo tan pueril? Tuvieron su merecido.

Mis tíos creyeron que, con la independencia, la población nativa de Tanganica se había vuelto abiertamente ingrata ante sus benefactores británicos y seguramente eso fue el resultado de la influencia de los comunistas. 

Todas sus opiniones eran generalizadas en el Reino Unido durante las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. No es de extrañar que los africanos y los afrocaribeños que llegaron aquí durante aquella época se sintieran personae non gratae.

Por fin mis tíos se marcharon también de nuestra casa, devolviendo a nosotros nuestra independencia. A lo largo de los seis meses que habían estado con nosotros, mi sufrida mamá había trabajado muy duro para cumplir con sus estándares coloniales. Despues de seis meses de cocinar, hacer la colada y planchar para todos, mi madre comenzó a referir a su hermano como “la carga del hombre negro”.

Solo tres de las novelas de Gurnah han sido traducidas al español y no siempre son fáciles de obtener: Paraíso, En la orilla (el mismo nombre de la novela de Chirbes) y Precario silencio.

Si te apetece leer Paraiso, el libro acaba de publicarse en español en formato Kindle a un precio muy económico. La novela es un intento de recrear la África oriental de los años entre los finales del siglo 19 y el inicio de la primera guerra mundial, el período en el que la región estaba siendo repartida entre Gran Bretaña y Alemania, la época en la que se pusieron nombres a las grandes extensiones de África “otorgadas” a cada poder europeo occidental representado en la Conferencia de Berlín. Gurnah recrea este período contando la historia de una expedición comercial épica a pie al interior del continente. La novela está ambientada en Tanganica, Kenia y lo que hoy en día se llama La república democrática del Congo. Es casi un documental imaginado de una época perdida. 

Por toda la obra de Gurnah el lector debe familiarizarse con las palabras suajilis que salpican la página. Gurnah rechaza la idea de un glosario, creyendo que una traducción a otro idioma empobrecería su retrato lingüístico. 

La historia definitiva del turismo español moderno y la lucha para salvar el Mar Menor

En edición española, Voces del viejo mar

Hasta ahora no se ha escrito la historia definitiva del turismo español moderno. Cuando alguien lo haga tiene que incluir extractos del libro Voces del viejo mar por Norman Lewis, un escritor inglés que vivió un par de años en un remoto pueblo pesquero catalán a finales de la década de los cuarenta, una época antes de la llegada del turismo de masas.  Lewis contrasta la inocencia del lugar con la corrupción endémica de la política local. La comarca es un microcosmos de toda la España franquista de la posguerra. Los políticos provincianos y los terratenientes campan a sus anchas aprovechando su hegemonía para hacer todo lo que les dé la gana. Lewis observa cómo inventan el turismo, apropiándose de parcelas ajenas,  incautando las tierras adyacentes a la playa, y remodelando las viejas casas de huéspedes para crear los primeros y primitivos hoteles que abrirán sus puertas a los iniciales visitantes alemanes e ingleses. Lewis presencia el nacimiento de la industria turística catalana, la invención de la Costa Brava y los comienzos del proceso inexorable que culminará, en solo 70 años, en desastres medioambientales como él del envenenamiento del Mar Menor. Claro que quedaron por manifestarse la masificación de visitantes, la intensificación de la agricultura y la concentración de los bloques de apartamentos pero no tardarían mucho en producirse. Para los años 60 la industria había crecido como espuma y la suerte estaba echada. La contaminación ocasionada por la plaga del turismo “económico” del norte del continente europeo y la falta de una infraestructura local capaz de atenerse a las consecuencias era una combinación letal que pudiera acabar con la muerte del mar mediterráneo, comenzando por las albuferas de España.

El Mar Menor visto desde un satélite de la NASA. En la parte superior izquierda del Mar Menor se vislumbra la imagen difusa de la escorrentía que contiene los fertilizantes. La Manga es el nombre del cordón litoral que separa el Mar Menor del mar.
La Manga y su mar. Foto por Raúl Soriano. Desde el satélite no se ve el anillo de hoteles que rodean el Mar Menor

En un ensayo invitado en el New York Times (12.08.21) David Jimenez escribe sobre el estado precario de la salud del Mar Menor: “La costa española está amenazada de muerte”. Es un ensayo contundente que contiene enlaces a otros artículos excelentes que explican en detalles las causas de la catástrofe.    

En resumidas cuentas, el ecosistema del Mar Menor no es capaz de absorber la cantidad de fertilizantes que acaban en el mar.  Ellos llegan a esta laguna salada por dos rutas. En primera instancia, vienen directamente de la escorrentía de los campos que circundan el Mar Menor. Segundo y más importante aún es la devastación causada por la salmuera descargada al mar como consecuencia de la actividad de las muchas desaladoras que suministran agua potable a la población indígena y turística. (La falta de lluvia en la Región de Murcia, los trasvases inadecuados al río Segura y la sobreexplotación de los acuíferos, hacen esencial el uso generalizado de desaladoras). La salmuera es la notoria sopa verde, el residuo que las desaladoras vierten al Mar Menor: un líquido fétido que contiene una concentración de nitratos que provoca la muerte de toda la vida marina, tanto animal como vegetal.

A fin de cuentas la designación por la Unión Europea del Mar Menor como zona especial de conservación no le ha ofrecido ni una sola onza de protección contra todo lo que la sociedad haya vertido en sus aguas. Parece que desde hace 20 años el Gobierno de La Región de Murcia ha hecho poco para cumplir con la normativa europeo de protección del medio ambiente en el Mar Menor. Las reglas ambientales no son nada si no se las hacen cumplir. 

Volviendo al tema de la construcción desenfrenada que comenzó durante los años sesenta, hay un ensayo en internet por Sasha D. Pack en el que la autora señala que la legislación que pudo controlar la edificación en las Costas sí existía durante los años 60 aunque nadie se daba la molestia de imponerla:

«Construidos apresuradamente y bajo el fuerte apremio de los especuladores de tierras y de las agencias de viajes, los hoteles eran, en su gran mayoría, malas imitaciones del alto modernismo. La política económica de un turismo de alto volumen y de bajo coste no permitió la realización de una arquitectura de calidad. La venta rápida de las tierras agrícolas costeras a los especuladores inmobiliarios hizo que los precios dispararon. Como resultado de todo esto, se abandonó cualquier pretensión de crear una nueva Côte d’Azur. Muchas veces se critica al gobierno de Franco por no prevenir los horrores arquitectónicos que desfiguran las costas españolas. Sin embargo, el Régimen había adoptado leyes para el desarrollo urbanístico que obligaban la creación de espacios verdes, restringía la altura de edificios y mandaba la provisión de servicios municipales. La habitual inobservancia de estas reglamentaciones frustraron a los planificadores urbanos y las autoridades turísticas en Madrid a lo largo de los años 60. Delegaciones Provinciales continuamente informaron sobre la proliferación de construcciones turísticas que no tenían permiso de obras, mientras que los funcionarios franquistas discutían cómo se podía mejorar el cumplimiento de la ley.  Para los mediados de la década, era una rareza una urbanización turística que conformara a las normas de la planificación.»

Tourism, Modernisation, and Difference: A Twentieth-Century Spanish Paradigm Sasha D. Pack University at Buffalo  https://www.ucm.es/data/cont/docs/297-2013-07-29-3-07.pdf

Aunque la corrupción que frustra la ley no sea un fenómeno contemporáneo exclusivo de España, sería justo decir que durante y después de la posguerra el nivel de fraude en el país ha batido todos los récords. No digo que no existiera antes. Claro que existe desde el Jardín del Edén, pero sin duda alguna la impunidad con que actuaban durante los años 60, los políticos y empresarios que habían sido buenos servidores del Movimiento Nacional, ha contribuido a la fuerte prevalencia de la deshonestidad en la vida cívica que continúa hasta hoy día.

Lewis publicó Voces del viejo mar en 1984. Lo escribió basado en las notas que tomó cuando vivió en el pueblo pesquero anónimo. En el New York Times de 14/07/85 hizo la crítica del libro una tal Barbara Probst Solomon. Ella acusaba a Norman Lewis de ser nada más que un romántico egocéntrico. Decía que Lewis habría preferido que el pueblo pesquero se hubiera quedado sumido en la miseria que ser transformado en una próspera playa turística.  Según ella, era «mejor tener un paisaje contaminado con basura que un estancamiento económico”.

Para mi, esta reseña negativa solo indica que el neoliberalismo norteamericano y la corrupción española del último medio siglo van de la mano. A ninguno de los dos les interesa las consecuencias de un crecimiento económico descontrolado. 

Si Norman Lewis es el escritor que captura mejor el espíritu de los primeros momentos del turismo en plena posguerra, no hay duda alguna de que son las últimas novelas de Rafael Chirbes que mejor expresan la repugnancia general que se siente hoy en día por la corrupción y la construcción que han hecho estragos en la costa valenciana. (No hay que olvidar que Voces del viejo mar es un estudio antropológico mientras que los libros de Chirbes son novelas, aunque los dos géneros manifiesten una tendencia a solaparse.)

Chirbes publicó Crematorio en 2007 y el libro se sitúa ahí mismo, en el punto álgido del boom inmobiliario. Rubén es el malo de la película. Tiene 73 años y se ha enriquecido vendiendo «centenares de bungalows prefabricados, edificadas en terrenos dudosamente recalificados como residenciales, en ramblas, en barrancos, bungalows mal cimentados en los que solo se puede vivir durante algunos meses al año, y eso gracias a la relativa benevolencia del clima de la comarca».

Rubén financió sus urbanizaciones con el blanqueo de dinero sucio: dinero que venía directamente de la droga colombiana (los ingresos fueron obtenidos de la venta de la cocaína escondido en los intestinos de caballos importados legalmente al país), rublos que se exportaban ilegalmente de la antigua Unión Soviética y dólares que procedían de las prácticas perniciosas de los mafiosos norteamericanos. Rubén ha hecho todo lo que le haya faltado para enriquecerse. Emplea a inmigrantes sencillos como mano de obra barata y utiliza a criminales rusos para llevar a cabo sus tareas más siniestras. El libro está lleno de personajes moribundos, malogrados, hipócritas, corruptos, criminales, asesinos, adictos y enfermos. 

Muchas veces la prosa es soez, grosera y distorsionada, tal cual la vida de los protagonistas. Como el siguiente libro de Chirbes, En la orilla (2013), que cuenta la depresión económica que sigue el boom de la construcción, Crematorio es un tomo denso y de lectura difícil. A propósito el autor hace caso omiso de la mayoría de las reglas de la puntuación. Ambos son libros de cuatrocientas veinte páginas sin párrafos y sin comillas. Son intencionadamente complicados de leer. Tratan de temas incómodos: las reglas de la sociedad están rotas y el autor ha abandonado las reglas de escribir.

En la obra de Chirbes, la construcción se lleva toda la naturaleza por delante. Los naranjales son arrancados de cuajo, los cipreses y los pinos centenarios son cortados de raíz, las cepas de moscatel son extirpadas, los pozos de donde se extraía agua fría y refrescante son tapados y sellados y los huertos son convertidos en campos de hormigón. Desaparecen también los restos históricos: las ruinas árabes y romanas, (las acequias, las murallas, las albercas etc) son sepultados debajo de las nuevas urbanizaciones. 

Chirbes no trata directamente de la protección del mar pero menciona la actitud de indiferencia de los constructores para con los pantanos costeros; las marismas sirven de basurales; incluso son sitios útiles para tirar los cadáveres de los infortunados que han estorbado las actividades de los mafiosos locales. En el primer capítulo de En la orilla dos perros asilvestrados luchan por una mano humana que ha surgido de una marjal. 

La lucha para salvar el Mar Menor

Los vecinos llevan años advirtiendo a las autoridades de la lenta agonía del Mar Menor. Foto por P4K1T0

Hasta ahora los políticos no han hecho nada para prohibir el flujo de sustancias químicas al Mar Menor. Parecen contentos de reñir entre sí. Una vez más son los vecinos quienes han tomado la iniciativa. Una alianza de vecinos, ecologistas y abogados reclama que se dote al Mar Menor de personalidad jurídica. Es una estrategia extraordinaria que pretende que la laguna cuente con el derecho a existir y a defenderse, como a cualquier otra persona o empresa. Este derecho implica que, desde su aprobación en adelante, todas las partes constituyentes del Mar Menor, el agua, todos los organismos que contiene naturalmente y el suelo que lo circunda deberán estar dejados en paz y que cualquier daño sea remediado. El primer paso para que esta demanda se admita a trámite hay que obtener 500,000 firmas de votantes españolas antes del próximo 28 de octubre. Si la petición llega a esta cifra, puede ser presentada al Congreso de los Diputados. Aun así, esto solo garantiza que el asunto se debate en el Congreso. Si se obtienen las rúbricas necesarias y el Congreso le da luz verde a la propuesta, los derechos de la albufera podrán ser defendidos ante los tribunales de justicia. En el momento de escribir ya se han recogido unas 300,000 firmas y los organizadores confían en que van a ser capaces de obtener la cantidad demandada por la ley dentro del período especificado.

La masificación del turismo, la eterna construcción, la desalinización del agua, la descarga de la salmuera envenenada y la intensificación de la producción agrícola están todos vinculados. No es posible resolver uno de estos problemas descomunales sin encarar los otros.

Mural a la plaça Josep Pla de Girona, foto por Davidpar

En muchos sitios “tourist” se ha hecho una palabrota y hay un descontento público creciente. 

Sin embargo, el turismo va a continuar de una manera u otra, pero en este momento el gobierno debería anunciar una moratoria sobre la construcción porque los ecosistemas ya no pueden con el estrés de las aglomeraciones de tantas personas en las Costas. Mucha gente local cree que el gobierno debería ir aún más lejos y hacer lo impensable: iniciar un proceso de expropiación de edificios costeros inapropiados, proceder inmediatamente al desmantelamiento de estos y comenzar un programa de retorno de la vida silvestre en estas zonas, cueste lo que cueste.

Una cosa sí es cierta: el continuo crecimiento económico basado únicamente en el turismo en zonas que se están aproximando a la desertificación no es sostenible desde el punto de vista medioambiental.