La tristeza de la Reina Isabel II y el significado del funeral del Príncipe Felipe, el Duque de Edimburgo

La Reina y el Duque de visita a Nueva Zelanda en enero de 1954. Foto: Archives New Zealand

Que espectáculo más triste, el de la pequeña figura de la Reina Isabel II sentada a solas en la sillería del coro, casi perdida en la inmensidad de la capilla de San Jorge. Usa un largo abrigo negro y lleva un sombrero negro de ala ancha. Una mascarilla negra le cubre la boca y la nariz. Solo se asoman sus ojos, los ojos que miran detenidamente al féretro del hombre que hasta ahora ha sido su compañero perpetuo. Ella es la sobreviviente de un matrimonio que ha durado los últimos 73 años. 

Ella predica con el ejemplo. Tiene la mascarilla puesta y se sienta sola porque ya no hay nadie dentro de su burbuja. Ni siquiera se permite el consuelo de tener a sus hijos a su lado.  Eso iría en contra de las reglas impuestas por el gobierno en su intento de detener la propagación del coronavirus. Aunque el Covid está en retirada y hemos visto una relajación de las medidas preventivas aún no hay permiso para bajar la guardia del todo y para ella es más importante mostrar solidaridad con su gente que sentir el alivio de tener otra persona sentada cadera con cadera. A lo largo de todo su reino de casi 70 años siempre ha cumplido con su deber, ha obedecido todas las reglas y ha resistido la tentación de expresar abiertamente su punto de vista sobre cualquier tema político. Curiosamente, no le corresponde opinar públicamente sobre asuntos de Estado y ha refrendado asiduamente la política de cualquier gobierno que haya estado en el poder.

Sin embargo, para muchos ingleses el funeral es el último episodio en el mejor culebrón de todos, mejor aún que Coronation Street y EastEnders y la gente reacciona a la muerte del Príncipe Felipe igual que responde frente a la muerte de cualquier miembro mayor del reparto de otra telenovela de larga duración. Es triste perder a alguien como el Duque de Edimburgo, un personaje que ha estado ahí en el programa desde que naciste pero al fin y al cabo era un actor secundario; su papel era el de ser el alto e irascible compañero de la Reina. Era más famoso entre los telespectadores por sus meteduras de pata como, por ejemplo, cuando durante una visita a China les advirtió a unos estudiantes ingleses que sus ojos se les quedarían rasgaditos si permanecieran demasiado tiempo ahí. 

Para estas personas, la verdadera importancia del funeral es la oportunidad que la ceremonia les ofrece de cotillear sobre los miembros de la familia que han sido invitados a las honras fúnebres y los que han sido omitidos. “¿Cuál será la actitud de otros miembros de la familia para con Harry y Meghan? ¿Por qué en la comitiva fúnebre caminan Harry y William separados por uno de sus primos? No me gusta ese vestido”. etc etc etc. Para esta gente el sentido de pérdida que representan los intérpretes es solo una parte de la trama. Incluso le mola que sufran porque esto es teatro.

Pero, no  hay nadie que admita eso.

Para los republicanos, y somos muchos (este país está dividido igual que muchos otros con respeto a la forma del gobierno de la que deberíamos tener) la monarquía es meramente otra herramienta de la clase dirigente y tanto los funerales como los otros infortunios y escándalos de la familia real solo sirven para desviar la atención del público fuera de cuestiones sociales más apremiantes. Su existencia continuada no es nada más que otro método de acostumbrarnos a la normalidad de una sociedad basada en privilegios; un intento de desanimar a los que quisiéramos ver un mundo construido sobre una base de principios racionales.

Bueno, pienses lo que pienses de la función de la monarquía, tienes que sentir compasión por una mujer que ha sacrificado toda su vida por lo que ella cree es importante y que mantiene escrupulosamente su dedicación a su pueblo, aunque esta constancia quiere decir que ella se siente sola en el coro durante el funeral de su único auténtico amigo de toda la vida.