El Museo de la migración

Entrada del museo de la migración, Lewisham, Londres: dos fragmentos del Muro de Berlín. Foto: Hanyu001 en Wikimedia Commons

Sales de este museo recordando cosas positivas. Más que nada recuerdas el amor y respeto a sus padres y abuelos que tienen las segundas y terceras generaciones de inmigrantes. Y lo orgullosos que están de la aportación útil que todos sus parientes han hecho a nuestra sociedad.

La exposición actual, Todas nuestra historias (All our Stories), «reúne el trabajo realizado por el museo a lo largo de la última década, junto con nuevas historias y obras de arte que ponen de relieve la importancia de la migración en nuestras vidas.»

All our Stories (Todas nuestra historias)

La cita encima es del librillo Todas nuestra historias que acompaña la exposición. Más que un folleto y menos que un libro, la publicación de 50 páginas solo te costará una donación, pero cómpratela porque lo encapsula todo relacionado con el tema y es una explicación esencial del espíritu y naturaleza del museo. Sus artículos sobre el trabajo del museo son muy sucintos, destilados e informados, van al grano y clarifican los muchos términos que caracterizan el debate sobre la migración.

El mensaje del museo es de fácil asimilación.

Como decía George Alagiah, el recién fallecido corresponsal y presentador de la BBC que nació en Sri Lanka, creció en Ghana y se hizo adulto en Inglaterra, el museo es «un lugar donde se cuenta la historia de Gran Bretaña en todo su colorido y variedad. Un Reino Unido de pueblos. Eso es lo que representa el Museo de la migración.»

Eso es lo que hace el museo: se centra en las historias personales de los migrantes y sus familias. Demuestra que somos todos iguales, cualquiera que sea nuestra etnia, nuestro color o nuestra religión. Somos todos miembros los unos de los otros.

Estrena tu visita viendo el cortometraje que se ha preparado sobre la historia de este pequeño trocito de tierra fría que no fue habitable hasta hace 10,000 años, la época en la que se derritió el hielo y nuestros ancestros pudieron llegar desde la masa continental europea. Sí, desde el primer instante en el que el primer ser humano pisó esta isla, todos somos inmigrantes. La película concluye hablando de los recién llegados de Ucrania. (Esperemos que finalmente nuestros gobiernos en el oeste cumplieran su palabra y les diera la ayuda militar que les hace falta para que ellos puedan hacer lo que les anhela hacer: volver a su propio país. Pero eso se deja por ver.)

El museo evita ser rencoroso y vitriólico. Eso no quiere decir que se encoja a la hora de señalar la vergonzosa manera con la que tratamos a muchos inmigrantes y cómo los utilizamos para desviar la atención fuera de nuestros propios fracasos políticos y económicos. 

Por ejemplo, en la exposición Chart of Shame (La muralla de la vergüenza), se muestran las portadas de la prensa británica cara al notorio referéndum de 2016 sobre nuestra permanencia en la Unión Europea. Se demuestra que, en vez de analizar las posibles repercusiones económicas terribles de autoexcluirnos del bloque comercial más grande del mundo, la prensa ayudó a convertirlo todo en un voto contra los inmigrantes. Liz Gerard, otra periodista, hizo una colección de todas las portadas de los periódicos nacionales de aquel año en que 287 de ellas llevaban un titular hostil dirigido indiscriminadamente a la presencia de cualquier extranjeros en nuestro país.

La muralla de la vergüenza (The Chart of Shame)

Ella lo describe así: «Los periodistas entienden muy bien las diferencias entre migrantes de la Unión Europea y los de otros países del mundo; entre refugiados, solicitantes de asilo e inmigrantes ilegales – pero algunos periodistas se dieron el gusto de crear la impresión general de una masa amorfa empeñada en invadir nuestro país con la intención de cambiar nuestro modo de vida. Es más fácil echar la culpa al «otro» que asumir nuestra responsabilidad por todo lo malo de nuestra sociedad. Y es una vergüenza para mi oficio».

El mensaje del museo es que la historia de este país que nos ofrecen los periódicos está entregada patas arriba y para que tenga sentido hay que darle la vuelta. Solo entonces podemos ver que no es cierto que los inmigrantes dependan de nosotros, sino que nosotros dependemos de ellos. Es decir, sin inmigrantes, nunca vamos a conseguir nada. Ellos son los médicos y enfermeros de nuestro sistema nacional de salud, trabajan en nuestros laboratorios, son nuestros científicos e inventores, los conductores de autobuses y taxis, nuestros músicos y autores, están a cargo de nuestro sector de hostelería y restauración, son el personal de las universidades, profesores y catedráticos, son presentadores y corresponsales de la televisión, y desempeñan un papel esencial por toda la gama de la industria británica: son empleados de las fábricas, trabajadores agrícolas, ayudantes domiciliarios y limpiadores de oficinas y hogares. Constituyen la mayoría de los jugadores habituales de la Premier League de nuestro deporte nacional. Tanto es así, que 9 de los 11 titulares de la selección inglesa para la Eurocopa 2024 eran hijos y nietos de inmigrantes. Si se les hubiera excluido de la selección, sólo John Stones y Phil Foden habrían podido jugar.

El museo nos recuerda que también decenas de miles de nosotros, los mismísimos británicos, hemos dejado nuestro país de origen y nos hemos ido a vivir a otras partes del globo. Nunca debemos olvidar que somos todos migrantes. David Olusoga, el historiador de la esclavitud y la discriminación racial, dice en la pagina 52 de Todas nuestra historias que «una de las estadísticas más asombrosas y significantes es, tal vez, la menos conocida. Entre la batalla de Waterloo en 1815 y el estallido de la primera guerra mundial en 1914, 22 millones de británicos se zarparon para hacerse habitantes de otros países o ciudadanos de las colonias británicas».  

El museo no emprende campañas políticas. No ofrece soluciones a los problemas logísticos a los que se enfrentan tanto el gobierno como los inmigrantes. Las exposiciones se limitan a dar testimonio de las experiencias de los migrantes, tanto las buenas como las malas, El museo hace exactamente lo que hace un buen museo: enseña todo relacionado con el tema central. La única diferencia entre este y otro museo más histórico es que las cuestiones que aquí se enfocan y se abordan son presentes, actuales, están pasando ahora, son reales y candentes, y muchas de ellas quedan por ser resueltas.

La cosa que yo nunca he entendido bien es por que, en su mayor parte, los solicitantes de asilo no tienen el derecho de trabajar mientras que están esperando la resolución de su caso particular, un embargo que produce toda una serie de problemas absurdos. Este porcentaje de inmigrantes suele llegar aquí sin dinero y sin techo. El número de personas afectadas varía de mes en mes pero el gobierno estimaba, a finales de Marzo de 2024 que, en ese momento, la cifra ascendía a más de 117,000. Aunque el gobierno no les da dinero, el gobierno acepta la responsabilidad de albergar a estas personas y darles de comer. Esto resulta en la creación de una industria de alojamiento privado (no siempre de una calidad aceptable). Muchos solicitantes de asilo esperan más de un año para una decisión sobre su futuro. Durante este periodo no están permitido buscar trabajo y la consiguiente espera tan larga puede tener un efecto muy desmoralizante. También, este alojamiento cuesta un ojo, algo que da lugar a un resentimiento no solo entre los racistas británicos, sino también entre el público normal y corriente. A la vez que estos solicitantes de asilo no tienen nada que hacer, el Reino Unido experimenta una escasez de mano de obra a largo plazo. Es por eso por lo que la situación es absurda. 

Sin embargo la situación puede mejorarse. No tiene que ser así. Sería fácil darles permiso de trabajar, dándoles un número de seguridad social que les diera la oportunidad de buscar trabajo y sentirse útiles, y con suerte, apreciados. A la vez el ministerio de trabajo y pensiones podría controlar sus movimientos utilizando el mismo número. Así se cubrirían vacantes de empleo, los empleados cobrarían un sueldo, encontrarían su propio alojamiento y pagarían su propio alquiler. Sería una situación en la que todos saldrían ganando.

Finalmente pero no menos importante es la función educacional que desempeña el museo. Cada año miles de estudiantes de primaria y secundaria pasan por sus aulas donde aprenden el valor positivo de la migración. En el 2027 el museo se va a mudar a calle Fenchurch en el centro de Londres. En su nuevo hogar el museo disfrutará de recursos didácticos más amplios y sofisticados, capaces de acomodar más de 20,000 estudiantes anualmente. También, como ya lo hacen, se enseñarán cursos de formación del profesorado, y por supuesto, otros más generalizados sobre la inclusión e integración social.  

Por el momento el museo se encuentra en el shopping de Lewisham en el sureste de Londres, a solo unos trescientos metros de una de las terminales de la DLR*. Hay que decir que el museo se encaja bien en su hogar provisional en este barrio multiétnico del sureste de Londres. 

Mural en la parte exterior del shopping de Lewisham. Foto: Suzie Howell

Pero, no tienes que esperar hasta el año 2027. Visítalo ahora y no te pierdas la exposición actual. Es un antídoto a las mentiras que se van promulgando tan destructivamente en los medios. Y no te olvides de visitar la librería. Tienen un gran surtido de libros sobre la migración.

* El DLR es un sistema de tren ligero plenamente integrado en el sistema de transporte de Londres: el DLR comparte billetes con el metro y puedes moverte entre las dos redes sin obstáculo alguno; sus líneas aparecen en los mapas del metro como parte de la red. Todos los trenes del DLR son de conducción automatizada.

Links 

Migration Museum:  https://www.migrationmuseum.org/

The Centre for Global Development: #LiftTheBan: Why UK Asylum Seekers Don’t Have the Right to Work #LiftTheBan: Why UK Asylum Seekers Don’t Have the Right to Work | Center For Global Development

¿Puede que el fútbol sea la clave para erradicar el racismo?

A finales del octubre de 1982 yo estaba de vacaciones en Ibiza. En aquél momento el país estaba metido en una de las elecciones generales más importantes del posfranquismo, unos comicios en los que subirían al poder con mayoría absoluta el Partido Socialista de Felipe Gonzales y Alfonso Guerra. El hotel en que me quedaba hacía las veces del cuartel general del Partido Socialista local. Yo tenía una habitacion en la quinta planta. Una tarde salí del bar en la planta baja justo a tiempo para ver cerrar las puertas del ascensor. Antes de que se cerraran del todo yo entreví al único ocupante, un hombre que yo reconocí como uno de los miembros del equipo electoral del PSOE local.

Pulsé el botón para llamar el otro ascensor. De repente, me dí cuenta de que ya estaba esperando allí una señora inglesa de unos treinta años. La miré sin dirigirle palabra, preguntándole con la mirada: ‹¿Por qué no tomó usted el ascensor anterior cuando tuvo todas las posibilidades de hacerlo?›. Ella entendió el gesto y me dijo, «No quería compartir el ascensor con él. Sabes como son, los machos españoles.» 

No le dije nada pero me pregunté por qué la pobre mujer había decidido tomar sus vacaciones en un país relleno de latin lovers que pasaban la vida soñando con la posibilidad de forzar a una inglesa en un ascensor.

Menciono este episodio sólo por destacar el grado de xenofobia que existía entre la población inglesa de aquél entonces. Para una señora, como la que me encontré aquél día de octubre hace 38 años, estas visitas al Mediterráneo suponían un serio riesgo a su honor. Y ella no era un caso aislado sino una representante de todos nosotros. Éramos una raza insular, en todos los sentidos de la palabra, recelosa y algo paranoide acerca de las intenciones de “los europeos”.  

Me gusta creer que las sucesivas olas de inmigración que hemos tenido desde el final de la Segunda Guerra Mundial han ido disminuyendo nuestra aversión y rechazo a gentes de otros paises, de otro colores, de otras culturas. (Me refiero a los irlandeses, afrocaribeños, índios y paquistaníes, iraquíes, iraníes, afganos, polacos, y otros europeos orientales y mediterráneos — más o menos en ese orden). Me gusta creer que este gran flujo heterogénero ha hecho algo para aminorar nuestros estereotipos de otras culturas: la estupidez de los irlandeses, la inferioridad de los negros, el fanatismo de los musulmanes, y claro, la lujuria de los mediterráneos. Me gusta creer que la dependencia de nuestra servicio nacional de salud (NHS) de los médicos y enfermeros de otras naciones nos ha ayudado a entender que el resto del mundo se parece mucho a nosotros. Me gusta creer que nuestra adhesión temporal a la Unión Europea nos ha vuelto un poco más cosmopolita. 

Me gusta creer estas cosas porque soy un privilegiado miembro de la clase media, un hombre liberal y jubilado que lleva una existencia tranquila y ya no afectada por las vicisitudes de la vida laboral. Creo que, por lo general, nuestra concepción y tolerancia de otras razas ha mejorado PERO en lo más hondo de mi alma yo dudo de que este avance tenga mucho que ver con todos los motivos que ya he mencionado.

Acabo de pasar los últimos tres fines de semana viendo partidos de fútbol en la tele, uno tras otro, y he llegado a la conclusión de que el factor más importante en la reducción del racismo en este país ha sido la afluencia de futbolistas talentosos de todo el mundo. Y punto. No nos importa un pepino que el personal médico de la NHS sea del subcontinente índio ni que la mano de obra en nuestra huertas provenga de la Unión Europea.

No. No hay nada que impresione más al público que un tío que pueda marcar un buen tanto. Se le aprecia por sus habilidades en el terreno de juego y sanseacabó. No le juzgamos ni por su color ni por su cultura. (Esto no quiere decir que fuera del terreno de juego la inmensa mayoría de los futbolistas sean unos capullos, sean como sean sus orígenes étnicos.)

Así es que la única inmigración que se celebra positivamente aquí ha sido la de los futbolistas. Y todo comenzó sobre 1982, el año en que nuestra mujer inglesa vacilaba, indecisa a la puerta de aquél ascensor ibicenco.

Antes de la década de los 80 sólo había un puñado de extranjeros que jugaban en la Premier League (en aquellos años se llamaba The First Division). A la vanguardia había un brillante par de argentinos, Ricardo Villa y Osvaldo Ardiles, que ficharon por Spurs en 1978. 


Argentinos en Inglaterra 1980: Ossie Ardiles (Spurs) Claudio Maragoni (Sunderland) Alejandro Sabella (Leeds) Ricky Villa (Spurs); El Gráfico, autor desconocido

Desde entonces, año tras año, ha ido aumentando el número de foráneos hasta que, hoy en día algunos equipos constan de un 80 por ciento de ciudadanos de otros países. ¿Quién pudiera imaginar ahora un Liverpool sin el egipcio Mo Salah o el senegalés Sadio Mané o cualquiera de los otros catorce miembros extranjeros de la plantilla. ¿O Manchester United sin Juan Mata de España o el brasileño, Fred? Y así es con el resto de los clubes de la Premier League. Todos dependen de un fuerte contingente de jugadores de otros países.

Así es también con los técnicos de los 20 equipos de la Premier League. En este momento 8 de ellos son extranjeros. Hace un par de años había 16: cuatro españoles, dos italianos, un par de portugueses, un chileno, un argentino, un irlandés, un noruego, un austraco, dos alemanes, y un francés. 

También hace un par de anos me llamó atención la entrevista en The Premier League Show de la BBC en que Guillem Balagué, un periodista deportivo catalán muy conocido y respetado en el Reino Unido, habló con Pep Guardiola, el técnico de Manchester City sobre la música que había sido memorable en su vida. Ambos hablaron un buen inglés y pensé que habría sido IMPENSABLE que un par de ingleses se entrevistaran en castellano en la tele española  expresándose con tanto dominio del idioma.

Recuerdo que Guardiola eligió Fiesta de Joan Manuel Serrat, Your Song de Elton John, New York New York de Frank Sinatra, Hotel California de los Eagles y Don’t Look Back in Anger de Oasis, la canción que se cantaba en las manifestaciones de solidaridad que tuvieron lugar en Manchester después del atentado del concierto de Ariana Grande del mayo de 2017.  La mujer y la hija de Guardiola estuvieron allí y salieron ilesas.

A todos estos futbolistas se les tiene mucho afecto. Son la auténtica cara del antirracismo. Son ellos los que han ayudado a insensibilizarnos a las diferencias aparentes y superficiales que en el pasado nos han separado. Son héroes que han sido aceptados y están aquí para siempre. Y ellos se sienten en casa.

Aún queda un largo trecho por recorrer antes de que los ingleses nos consideremos que somos miembros los unos de los otros con respeto al resto del mundo, pero me gusta creer que estamos llegando a tal punto.

…………………….Bueno, al menos en cuanto al fútbol.