¿Qué función cumple la leyenda negra?

La leyenda negra es un término inventado por intelectuales españoles a comienzos del siglo 20 para dar nombre a lo que ellos consideraban la continua propaganda antiespañola que, desde la conquista de las Américas, de forma lenta pero segura, había ido ocasionando un injustificado deterioro en la imagen del país, y esto, que en su turno había contagiado la autoestima nacional, había creado dudas que minaban la convicción en el Estado y corroído la moral del público.

Julián Juderías (1877-1918) via Wikimedia Commons

Aunque la noción de una leyenda negra ya existía en las obras de varios conocidos escritores españoles alrededor de los finales del siglo 19 y los principios del siglo 20, la idea fue formulada formalmente en 1913 por Julián Juderías, un funcionario del ministerio de AAEE de España, en su ensayo ganador del premio convocado por la revista, La Ilustración Europea y Americana sobre la imagen de España en el extranjero.

Es decir, el concepto original de la leyenda negra se remonta a un periodo en la historia de España en el que el país acababa de perder los últimos vestigios de su gran imperio americano. 

Durante todo el siglo 19 España fue perdiendo sus posesiones coloniales. Desde México a Chile las antiguas colonias españolas se fueron sublevando e independizando. El golpe final llegó en lo que se dio a conocer como el Desastre del 1898 en el que España se vio humillado en guerra a manos del ejército estadounidense, a quien el imperio se vio obligado a entregar todos los restos de sus posesiones extranjeras. Así fue que EEUU se hizo con el control de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam. Después de 500 años, uno de los primeros imperios europeos modernos había tocado a su fin. España se hundió en una depresión y sucumbió a un largo periodo de baja estima nacional. No solo se había perdido un imperio sino también había perdido su reputación. 

Este es el momento en que nació la idea de la leyenda negra. La idea surgió como un mecanismo para echarle la culpa de todos los males que afligieran el país a la intromisión malévola de potencias extranjeras. Así se formuló una excusa para la pérdida de la grandeza española. Así, se mitigó algo el sentido de estar derrotado. Fue más cómodo considerar que las colonias se habían dejado engañar por una conspiración inglesa o la propaganda estadounidense que pensar que la gente de las colonias realmente quisiera su independencia de España.

De este modo se evitó el desarrollo de un complejo de inferioridad nacional y, a lo largo del tiempo, la leyenda llegó a ser un duro caparazón psicológico protector que contrarrestó los sentimientos nacionales ofendidos.  

Desde el principio, la expresión ha tenido muy buena acogida entre los historiadores, los políticos e ideólogos del nacionalismo y los charlatanes del populismo español; siempre les ha servido de instrumento para combatir la tendencia introvertida de la autocrítica nacional.

La razón por la cual el concepto se volvió viral de la noche a la mañana es que se convirtió en una herramienta política. «El lobo está en la puerta» es un truco sencillo y tan viejo como las montañas, pero sigue siendo muy eficaz. Si eres un político o militar y quieres que la población de un país deje de discutir entre sí, se solidarice y haga causa común, una de las técnicas usadas y probadas de las que puedes aprovechar es la de identificar a un enemigo exterior, un enemigo que sirviera para volver a centrar la atención pública fuera del país, identificando a las naciones rivales de España a las que se pueda echar la culpa del fracaso del momento. 

En este caso, la creación de la leyenda negra ofrecía la oportunidad de echar la culpa de la desintegración del imperio a los hispanófobos: los críticos, los protestantes, los comunistas, los judíos, los masones y los mentirosos de la Pérfida Albión, es decir toda la escoria del mundo. Fueron ellos que, a lo largo de los siglos, habían estado fomentando el descontento por todo el imperio, y ellos que habían estado atizando el cabreo político criollo que finalmente condujo a los varios levantamientos en contra de la soberanía española y que culminaron en el Desastre del 1898.

Este dibujo del siglo 16 del belga Theodor de Bry está inspirado en la obra «Brevísima relación de la destrucción de las Indias» publicado en 1552, una famosa denuncia de la crueldad de la conquista escrita por Bartolomé de Las Casas, un fraile dominico español que acompañó a los conquistadores. Tales ilustraciones forman parte de la leyenda negra.

Uno de los mayores temas centrales de la leyenda negra es que los enemigos de España llevan siglos intentando ensuciar la imagen del país por medio de una propaganda negativa que inventa, exagera y miente sobre los sucesos acaecidos en la adquisición de las colonias americanas. Especialmente exagerados son los pecados mortales cometidos por los conquistadores: las atrocidades que llevaron a cabo a fines de enriquecerse: el saqueo, pillaje y masacres que llevaron a cabo.

Fernando Cervantes, el respetado historiador mejicano, en su recién publicado libro Conquistadores detalla con elocuencia los orígenes de la leyenda y se muestra partidario de la misma. Asevera que el mundo de los conquistadores «no era el mito cruel, atrasado, oscurantista y fanático que dice la leyenda, sino el mundo de las cruzadas de la Baja Edad Media que fue testigo de la erradicación de los últimos vestigios del dominio musulmán en la Europa continental». 

(Pasamos por alto la contradicción interna implícita en la frase en la que Cervantes niega que la expulsión de los musulmanes no «fue cruel, atrasada, oscurantista y fanatica». Ademas, no vamos a concluir por extrapolación que «la erradicación de los últimos vestigios del dominio musulmán en la Europa continental» fue una hazaña heroica, noble y civilizadora.)

Hay una serie de razones que se aducen tradicionalmente para justificar o perdonar las acciones de los conquistadores, unas de las cuales están repetidas por Cervantes:

1 Desde la inauguración del concepto de la leyenda negra, cada entusiasta del imperio español se siente en la obligación a prologar su recuento de los hechos ocurridos durante la conquista con la observación que no debemos juzgar el comportamiento de los conquistadores según las normas actuales. Dicen que la moralidad de nuestra sociedad moderna es nueva y más sofisticada. Sostienen que en aquel entonces no pensaban igual que nosotros. Eran cristianos pero el cristianismo de los siglos 15 y 16 era cosa distinta – no menos dedicados al Señor, pero más muscular y visceral. Esto también es lo que me enseñaron en la uni, incluso el propio Fernando Cervantes.

Dicho de otra forma, tenemos que aceptar la violencia de los siglos pasados: «Eso era antes». «Hay que cerrar los ojos y hacer como si nada».

Yo nunca he aceptado esta racionalización. Los conquistadores bien sabían lo que hacían. Ellos simplemente eligieron sus propios intereses sobre el bienestar de los indígenas. 

Las tripulaciones de los barcos que zarparon hacia las Indias no estaban elegidas por su afán de predicar el evangelio. La mayoría de los voluntarios que se alistaron a la aventura de descubrir nuevos continentes era gente que se arriesgaba todo porque no tenían nada que perder. Muchos eran gente pobre, criminal y canalla. Muchos huían de la justicia. Cuando se alistaron a la aventura de descubrir las Indias se les habían prometido oro y las tripulaciones de los barcos se fueron a por ello. Claro que los oficiales a cargo de las expediciones eran más profesionales. Ellos habían sido escogidos por los agentes de la Corona y representaban los intereses del rey. Así que se encontraban en una posición difícil; tenían que mediar entre los deseos conflictivos de los hombres a bordo (hacerse ricos lo más rápido posible) y los dictados del monarca (buscar oro y traerlo a las arcas reales en cuanto antes, y, a la vez convertir a los indígenas al cristianismo y hacerles súbditos del trono).

2 No tuvo lugar ninguna conquista porque las tribus no poseían un país por conquistar.

3 Los llamados conquistadores solo formaron alianzas con tribus ya desafectas de las otras reinantes.

4 Fueron las enfermedades europeas importadas que diezmaron a la gente indígena. La supuesta violencia española tuvo poco que ver. 

5 Jefes, comandantes y líderes como Cortes hicieron un favor a la gente indígena con su aniquilación de los aztecas, un imperio sumamente cruel con sus frecuentes sacrificios rituales de hombres, mujeres y niños. 

Hay que añadir que Cervantes no defiende la causa de la leyenda negra con gran convicción. Después de repetir los tropos obligatorios que pretenden perdonar a los conquistadores, Cervantes pasa a escribir la más completa versión de la agresión de los conquistadores que he leído en mi vida: desde la desestructuración letal del orden familiar de los Taínos, la aniquilación del ejercito azteca, el arrasamiento de toda la ciudad de Tenochtitlan, y los otros muchos masacres que infligieron por todo el continente, a los horrores que infligieron sobre cualquier tribu indígena que no quisiera aceptar el cristianismo: la crueldad, tortura y esclavitud y la ejecución innecesaria de sus lideres etc.

Es una crónica bien escrita, muy detallada y basada en fuentes primarias hasta ahora inexploradas. Cervantes ha cotejado muchos documentos muy antiguos. Dice el autor, «A partir de diarios, cartas, crónicas, biografías, instrucciones, historias, epopeyas, encomios y tratados elaborados por los conquistadores, sus defensores y sus detractores, he intentado tejer una historia que a menudo muestra hilos sorprendentes y desconocidos». 

Hay también otra razón que se usa para justificar el mal comportamiento de los conquistadores:

6 Hubo excesos pero los ingleses lo hubiesen hecho peor.

Para mi, esta última observación es la más válida de todas. El imperio británico reinó por un largo tiempo sobre muchas regiones muy pobladas del mundo y cometió un sinfín de crímenes de lesa humanidad. Pero, hoy en día y en gran medida, nosotros asumimos nuestro pasado violento y no nos negamos la veracidad de los crímenes que nuestros antepasados perpetraron en nombre del monarca y el imperio.

Incluso, varios miembros de la familia real británica actual aceptan la responsabilidad del imperio por los muchos crímenes cometidos. Por ejemplo, dentro de unas semanas el rey visitará Kenia, la antigua colonia británica que ganó su independencia en 1963, después de una década de guerra de liberación liderada por el movimiento armado, Mau Mau. Hace 10 años, en ocasión del 50 aniversario de la independencia de Kenia, el gobierno británico hizo una histórica declaración de arrepentimiento por las  «torturas y otras formas de malos tratos» perpetradas por la administración colonial durante el periodo de emergencia y pagó indemnizaciones por valor de 19,9 millones de libras a unas 5.200 personas.

(Aunque, se debe señalar que se estima que durante la guerra 90.000 personas fueron ejecutadas, torturadas o mutiladas.)

Por añadidura, el príncipe Guillermo dijo en marzo de 2022, durante un discurso ante el primer ministro de Jamaica y otros dignatarios, que «La esclavitud fue aborrecible y nunca debería haber ocurrido. Estoy totalmente de acuerdo con mi padre ………… que dijo en Barbados el año pasado que la espantosa atrocidad de la esclavitud mancha para siempre nuestra historia».

Entonces, me pregunto, ¿por qué no pueden los españoles también aceptar sus crímenes aunque sean de menor escala? ¿Por qué insisten, erre que erre, que se portaron bien hacia los indígenas durante la conquista y la mala imagen del país es solamente el resultado de una conspiración internacional para manchar su reputación? 

Lo notable es que todos los otros imperios europeos contemporáneos con el español nunca adquirieron tanta notoriedad aunque se la merecieran. Pero, esos imperios nunca tuvieron su propia leyenda negra. Uno se ve tentado a sospechar que la invención del término llegó a generar una profecía autorrealizada y la reputación de España hubiera resultado menos manchada si los autores de la expresión no hubieran llamado la atención a los hechos ocurridos durante la adquisición de las colonias suramericanas. 

Puede ser que, después de más de un siglo de cosificación de la leyenda negra ya sea demasiado tarde para retirar el término. Incluso los más reflexivos de los historiadores como Fernando Cervantes todavía creen en ella. Sin embargo, los más vociferantes resentidos se aglomeran en el Youtube desde donde despotrican contra las alegaciones de genocidio, fulminan a los críticos del imperio español y señalan la ecuanimidad con la que los conquistadores trataron a los indígenas.

Tal vez el orgullo de España es tal que nadie quiere reconocer que el «complot» no fuera nada más que la reificación de un concepto adoptado por intelectuales en un intento de preservar la dignidad del país ante las derrotas del siglo 19.  

Abdulrazak Gurnah, novelista e historiador de África oriental

Yo tenía un amigo psiquiatra que decía que había aprendido más psicología a través de las páginas de la buena literatura que mediante los secos libros de texto de la biblioteca de la escuela de medicina, por mucho que él escrutara las taxonomías y clasificaciones descritas en ellos. Yo creo que se puede decir algo parecido sobre el estudio de la historia. Si quieres que la historia cobre vida, recomiendo que leas una buena novela.

Aunque no sea su intención primaria, en sus novelas Abdulrazak Gurnah relata la historia de la África oriental, desde la repartición del continente por la Conferencia de Berlín en los años 1884-1885 hasta la consecución de la independencia en los 60 y el terror que la seguía.  Pero Gurnah no para ahí. Trata también de las relaciones poscoloniales entre las naciones descolonizadas y su traicionera “madre patria” . Lo último lo hace a través de los retratos que pinta de los inmigrantes, refugiados y solicitantes de asilo y la acogida fría y hostil que experimentan cuando se presentan voluntaria o forzosamente a la puerta del Reino Unido (Véase por ejemplo En la orilla)

Yo comencé a leer su libros, igual que muchas otras personas, porque acababan de nombrarlo ganador del premio Nobel de literatura de 2021. Y me han encantado sus abigarradas y laberínticas novelas, libros que reflejan toda la enrevesada gama de emociones, creencias, costumbres, sentimientos y recelos que existen entre la gente corriente y moliente de una cultura musulmana africana bajo la ocupación de un poder imperial. 

Pero, no solo eso. Sus libros han puesto en contexto algunas vivencias de mi niñez en Inglaterra.

Hacia el final de la década de los 50 la economía británica empezaba a quitarse de encima la deuda tremenda que se había visto obligado a asumir para pagar los costes de la Segunda Guerra Mundial (el racionamiento no cesó hasta el verano de 1954). Hasta entonces teníamos que estar muy económicos. Sobre todo, nuestra dieta era muy limitada. Seguíamos comiendo recetas que se habían originado durante los años de guerra, no desperdiciamos nada, terminábamos cada comida, no dejábamos nada en el plato. Pero, la calidad de lo que comíamos era muy baja. Recuerdo que las salchichas eran una mierda especial, no contenían ni asomo de carne, solo una mezcla de cartílago picado, pan duro y tropezones no identificados; incluso ahora cuando las veo en el plato no puedo reprimir una sensación de náuseas. No conocimos la comida exótica de nuestros vecinos de lo que llamábamos “el continente”; no sabíamos lo que eran limones, aceitunas, higos o setas. Pero no pasamos hambre y en comparación con las privaciones que sufrió la gente española durante la posguerra sobrevivimos tolerablemente bien. Aún así, mucha gente de aquí decidió que la vida en Inglaterra se había hecho algo aburrida y monótona; decían que sus vidas se habían convertido en una peli de blanco y negro de serie B y que ellos se merecían algo mejor, algo en tecnicolor, ambientado en un clima más cálido que el nuestro. 

No fue una sorpresa que mucha gente decidiera emigrar al imperio. Todavía teníamos imperio y todo el mundo sabía que allí en las colonias uno vivía mejor. Los vecinos de abajo emigraron a Australia, otros se fueron a Canadá y los más aventureros cogieron el barco a Sudáfrica. 

Así que un día en 1956 mi tío Edward anunció que había conseguido trabajo en Dar-es-Salaam como concesionario de una marca de coches muy conocida. Tío Edward, tía Esme y mis primos, Carol y Jane pasaron siete años ahí en Tanganica. Durante su estancia ahí, la familia adoptó todas las características de los “expats”, los expatriados británicos. En casa, empleaban un mozo negro y una mucama negra y pagaban a los dos una miseria. La familia cambiaba de ropa tres veces al día, y las sábanas cada manana, criticaban la comida que se les servía y no tenían miedo de expresar sus opiniones sobre la psicología del hombre negro. 

Sin embargo, se pusieron muy nerviosos cuando el país obtuvo su independencia bajo la supervisión de la monarquía británica en 1961 y salieron pitando cuando finalmente, en 1963, el país renunció a la reina y el gobernador británico regresó a casa. Cuando volvieron apresuradamente a Inglaterra ya no tenían casa en este país y vinieron a vivir con nosotros. Así que tuvimos que apretarnos para darles sitio. Durante los seis meses que tuvimos el placer de vivir juntos, Edward hizo lo que pudo para abrirnos los ojos a las taras y defectos de los hombres negros.

Decía cosas como,“El hombre negro es un hombre perezoso. Solo hay una cosa que entiende”, “El hombre negro es como un chico – hay que ser firme pero justo con él”, “ Los negros no están preparados para la independencia. No saldrá nada bueno de ella. Los comunistas se aprovecharán de su ingenuidad. La cosa no funcionará” y “Al fin y al cabo los negros prefieren a trabajar para un hombre blanco.”

Las opiniones de mi tío eran idénticas a las de Frederick Turner, un personaje victoriano de Deserción, una de las mejores novelas de Abdulrazak Gurnah. El libro comienza en 1899. Los británicos acababan de hacerse con el control de Zanzíbar, Kenia y Uganda, estos dos últimos siendo nuevos países inventados por la Conferencia de Berlín, el congreso que sancionó el reparto de las regiones de África que aún no habían sido apropiadas formalmente por ninguna de las potencias europeas. Al asumir la administracion de sus nuevas colonias, los británicos abolieron la esclavitud, la actividad con que se forraban los antiguos dueños de la costa, los sultanes àrabes de Zanzíbar. Pero la abolición conllevó un gran problema: la gente liberada era reacia a trabajar para los ingleses. En las palabras de Frederick Turner, el administrador local del gobierno colonial, “Cuando eran esclavos aprendieron evasión y holgazanería, y ahora ni siquiera conciben como pudieran trabajar con empeño o responsabilidad, ni por un salario”. Burton, el gerente de una hacienda británica opinaba igual: “Solo consigues que trabajen por fuerza o por manipulación, no vale la pena que intentes convencerles que lo debieran hacer por razones morales y lograr algo por su propio esfuerzo”. Por anadidura, a Burton le gustaba predecir la lenta desaparición del perezoso salvaje negro y su remplazo por el enérgico colonizador europeo. Estába convencido de que los negros eran una raza en vías de extinción. Para Burton, y muchos otros que compartían su sueño, el futuro de África sería como el de EE UU, todo un continente poblado de inmigrantes europeos.

A la vez que la conferencia de Berlín otorgó los países de Uganda, Kenia y Zanzíbar a Gran Bretaña, les asignó Tanganica a los alemanes como su propia ‘esfera de influencia’, uno de los eufemismos más notables del siglo 20. Las tribus interiores del país no tenían la más mínima intención de permitir que les dominara nadie y en su novela After Lives Gurnah describe la reacción alemana a la intransigencia de la gente autóctona. En vez de llevar a cabo una política de congraciarse con ellos, por ejemplo, instalándose un suministro de agua limpia, abriendo escuelas para los niños o ayudándoles con la agricultura, los alemanes los trataban peor que hubieran tratado a unas bestias renuentes: llevaron a cabo una política de exterminación selectiva: una estrategia de matanzas masivas, ejecuciones públicas y la eliminación de pueblos indígenas enteros con una campaña de tierra quemada.  

También, After Lives nos muestra el espectáculo patético de cómo, durante la Primera Guerra Mundial, las tropas nativas fueron engañadas o forzadas a luchar una guerra ajena por países europeos lejanos a los que no les importaba una mierda que ellos vivieran o murieran.

Kriegssafari (Expedición
de guerra alemán) 1914

Durante los años 50, en el país vecino, Kenia, el ejército británico suprimió la insurrección nacionalista con suma brutalidad, empleando mucha de la estrategia que los alemanes habían utilizado previamente en Tanganica. El gobierno británico aprobó la práctica de la tortura. Por lo menos 11,000 personas indígenas murieron, una cifra que incluye el ahorcamiento de 1,090 rebeldes al final de la guerra en 1960.

Como resultado de la derrota de los alemanes en la Primera Guerra Mundial, Tanganica pasó a ser otro posesión británica. Mis tíos llegaron ahí en los años 50, solo cuatro décadas después de la expulsión de los alemanes, pero no se les ocurrió que el comportamiento violento de la raza aria superior pudiera haber sido otro factor determinante en la animadversión de la población negra. Del mismo modo, mis tíos menospreciaban los independentistas kenianos. ¿Cómo podía gobernarse un pueblo tan pueril? Tuvieron su merecido.

Mis tíos creyeron que, con la independencia, la población nativa de Tanganica se había vuelto abiertamente ingrata ante sus benefactores británicos y seguramente eso fue el resultado de la influencia de los comunistas. 

Todas sus opiniones eran generalizadas en el Reino Unido durante las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. No es de extrañar que los africanos y los afrocaribeños que llegaron aquí durante aquella época se sintieran personae non gratae.

Por fin mis tíos se marcharon también de nuestra casa, devolviendo a nosotros nuestra independencia. A lo largo de los seis meses que habían estado con nosotros, mi sufrida mamá había trabajado muy duro para cumplir con sus estándares coloniales. Despues de seis meses de cocinar, hacer la colada y planchar para todos, mi madre comenzó a referir a su hermano como “la carga del hombre negro”.

Solo tres de las novelas de Gurnah han sido traducidas al español y no siempre son fáciles de obtener: Paraíso, En la orilla (el mismo nombre de la novela de Chirbes) y Precario silencio.

Si te apetece leer Paraiso, el libro acaba de publicarse en español en formato Kindle a un precio muy económico. La novela es un intento de recrear la África oriental de los años entre los finales del siglo 19 y el inicio de la primera guerra mundial, el período en el que la región estaba siendo repartida entre Gran Bretaña y Alemania, la época en la que se pusieron nombres a las grandes extensiones de África “otorgadas” a cada poder europeo occidental representado en la Conferencia de Berlín. Gurnah recrea este período contando la historia de una expedición comercial épica a pie al interior del continente. La novela está ambientada en Tanganica, Kenia y lo que hoy en día se llama La república democrática del Congo. Es casi un documental imaginado de una época perdida. 

Por toda la obra de Gurnah el lector debe familiarizarse con las palabras suajilis que salpican la página. Gurnah rechaza la idea de un glosario, creyendo que una traducción a otro idioma empobrecería su retrato lingüístico.