¿Ha muerto el existencialismo?

Simone de Beauvoir and Jean-Paul Sartre meet Che Guevara in Cuba 1960. Photo Alberto Korda.

El existencialismo llegó a su apogeo moderno entre los años 50 y 70 en las facultades de artes de las universidades occidentales, aunque hoy en dia me parece que el fervor de los devotos en aquel entonces tenía tanto que ver con su entusiasmo por el romanticismo asociado con la vida de los escritores Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Albert Camus como las teóricas doctrinas centrales de esta filosofía como «la existencia precede a la esencia». 

En aquella época el existencialismo también venía adulterado con cualquier frase aleatoria (pero pegadiza) que justificara la autocomplacencia (obligatoria) de los estudiantes de la época, como por ejemplo, «El camino de los excesos lleva al palacio de la sabiduría», (una famosa línea seleccionada de uno de los poemas de William Blake).

Estas frases no solo se celebraban en las paredes, sino también se proclamaban en voz alta, cara a la galería. Asimismo, los estudiantes llevaban el existencialismo como una prenda llamativa, algo que reflejaba el espíritu del momento.

Sin embargo, aquel periodo fue, a la vez, el apogeo y el comienzo de la larga agonía del existencialismo, una muerte por dilución constante. Esta rama de la filosofía era de un trato tan fácil que se alternaba cómodamente con cualquier otro sistema de razonamiento humano: era una disciplina amable y relajada que combinaba de muy buen grado con casi todas las otras escuelas de pensamiento desde el marxismo a la sociología y la asistencia social. Era un benévolo compañero de cama a quien no le importaba que no prevaleciera su propio punto de vista y nunca se ponía pesado cuando se le pedía que se asociara su nombre a causa ajena. Más que nada, le gustaba encajar con los deseos de los otros.

Recientemente tropecé con Existential Psychotherapy (1980) un libro de texto norteamericano en que el autor ofrece una definición de su método: «La psicoterapia existencial es un enfoque dinámico de la terapia que se centra en las preocupaciones que tienen su origen en la existencia del individuo». Esta frase carente de sentido ilustra a la perfección la manera en que el existencialismo, para finales de la década de los 70, comenzaba a perder su propia identidad. (La única cosa más tautológica y vacua es la frase en la reseña del libro que se encuentra en Wikipedia: «Psicoterapia existencial es un libro sobre psicoterapia existencial…»).

Tradicionalmente, una de las obsesiones del existencialismo ha sido el problema del sinsentido de la existencia. Resulta irónico que el propio existencialismo haya acabado careciendo de una sustancia propia, solo visible recortado contra las figuras de sus acompañantes.

Para más inri, en los últimos 15 años los términos existential y existentialist en inglés han escapado de las aulas universitarias y se han incorporado a la lengua corriente. Esta emigración lingüística parece haber originado en los medios. Estas dos palabras se utilizan como adjetivos y van acompañados de sustantivos que implican que hay un inminente peligro de eliminación de algo, incluso un presagio de la muerte.

He aquí, por ejemplo, un titular del periódico británico, The Telegraph, del año 2019: “The Conservatives may not survive the most lethal existentialist crisis in their history”. («Los conservadores pueden no sobrevivir a la crisis existencialista más letal de su historia»).

Para algunos viejunos tontos como yo, los años 60 fueron una época idílica y me duele pensar en la decadencia del existencialismo aunque ya sé que mis propios sentimientos no son nada más que otra irrelevancia sin sentido. En este universo lo único que se queda constante es el cambio. Todo se recicla, nosotros incluidos.

Has existentialism died?

Simone de Beauvoir and Jean-Paul Sartre meet Che Guevara in Cuba in 1960. Photo Alberto Korda

Existentialism reached its modern peak in the arts faculties of western universities during the 60s and 70s, although nowadays it seems that the fervour of its devotees at the time had as much to do with the romanticism surrounding the lives of Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre and Albert Camus as it had to do with the philosophy’s central doctrinal tenets such as, «existence precedes essence».

During this period existentialism came adulterated with any old arbitrary (but snappy) phrase that justified the student self-indulgence (obligatory) of the time, such as «The road of excess leads to the palace of wisdom», a famous phrase culled from the poems of William Blake.

These phrases were not only celebrated on the walls. They were pronounced out loud, playing to the gallery. So it was that students displayed their existential heart on their sleeve, reflecting the spirit of the times.

However, those times were both the high spot, as well as the beginning of the slow agony of existentialism, a death by constant dilution. This branch of philosophy was so easy-going that it got on comfortably with any other system of human reasoning; it was an amiable and relaxed discipline that combined happily with all other schools of thought from Marxism to sociology to social work. It was a generous bedfellow who didn’t mind if its own point of view didn’t prevail and didn’t get heavy when it was asked to lend its name to another’s cause. More than anything else, it liked to fit in with the wishes of others.

I recently stumbled across Existential Psychotherapy, an American textbook in which the author offered a definition of his method: «Existential psychotherapy is a dynamic approach to therapy which focuses on concerns that are rooted in the individual’s existence». This meaningless sentence illustrates perfectly the way in which existentialism, by the end of the 70s, was beginning to lose its own separate identity. (The only thing more tautological and vacuous is the phrase in the review of the book found in Wikipedia: «Existential psychiatry is a book about existential psychiatry….»

Traditionally, one of the obsessions of existentialism is the problem of the meaninglessness of existence. How ironic it is that existentialism itself should have ended up having no detectable substance of its own, only visible outlined against the figures of its companions.

On top of all this, over the past 15 years the terms existential and existentialist have escaped from the university lecture room and have become part of common parlance. This linguistic emigration seems to have originated in the media. The two words are used as adjectives and are used in conjunction with nouns in order to imply that there is an imminent danger of the elimination of something, even a harbinger of death. Here is, for example, is a headline in 2019 in the Telegraph, a British newspaper: «The Conservatives may not survive the most lethal existentialist crisis in their history”.

For some old fools like me, the 60’s were an idyllic era and it pains me to think of the degradation of existentialism even though I know that my own feelings are nothing but more meaninglessness. In this universe the only thing that remains constant is change. Everything is recycled, including us.